El 14 de diciembre de 1825 el general Santander entregó unos terrenos ubicados en Zipaquirá para que allí pudieran ser enterrados los restos de los miembros de la Legión Británica fallecidos en Colombia. Este gesto diplomático de agradecimiento a la Corona por enviar las tropas que lucharon junto a Simón Bolívar en su campaña libertadora, contribuyó al reconocimiento oficial de la Gran Bretaña como primer aliado dentro del escenario político y económico de la naciente República.
El vínculo que existía entre las dos naciones durante el proceso de independencia era sólido, pues desde el comienzo la Corona británica había mostrado interés por la liberación y la autonomía de las colonias. En efecto, en 1817 zarparon desde Londres y con destino a América decenas de navíos que portaban cerca de 5.000 soldados voluntarios comandados por los coroneles Hippsisley y su primer regimiento de Húsares de Venezuela, English, Elson, D’Evereux, MacGregor y Meceron. La expedición que llegó a Colombia viajó con Bolívar hacia los Llanos y participó en la liberación del territorio neogranadino en mayo de 1819. De acuerdo con lo expuesto en el libro Cementerios de Bogotá, de Daniel Ortega, en 1825 la ciudad entregó de manera oficial unos terrenos: “teniendo en consideración que los abnegados, sufridos y valerosos soldados de la Legión Británica, del Batallón Numancia y los Húsares Rojos entraron a compartir las penalidades, reveses y los triunfos de nuestra lucha de emancipación. (…) y en fin que fue merced a ese valioso contingente como pudo el Libertador emprender la prodigiosa campaña de 1819, aniquilando en Boyacá la dominación española. (…) hizo entrega material al coronel don Patrick Campbell, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, de un lote de terreno para cementerios de los súbditos ingleses, residentes en esta capital”.”
Dos años después el presidente Simón Bolívar firmó un decreto prohibiendo los entierros en templos, y ordenó la construcción de cementerios en las afueras de las ciudades, decisión que coincidió con el ofrecimiento hecho a la corona británica de donar unos terrenos en el sector de San Victorino. Finalmente, en 1829, las autoridades municipales convinieron en que el cementerio de los británicos debía quedar contiguo a los predios recién adquiridos para la nueva necrópolis en el sector de San Diego, sobre el camino a Engativá, hoy calle 26. Esta oferta fue la respuesta a la necesidad de dar “cristiana sepultura” a los protestantes, en vista de la prohibición de llevar a los “heréticos” a cementerios católicos.
Entre 1830 y 1841 William Turner, Ministro representante de la corona británica, fue el encargado de adquirir los terrenos, los cuales quedaron bajo la responsabilidad de Patrick Campbell, quien ordenó construir en 1835 el cerramiento y la casa para la administración; obras financiadas por miembros de la comunidad británica.
El primer registro (que aún se conserva en la Embajada) llevó el nombre de William Duffin, fallecido el 4 de junio de 1830. Seis años después el vecino Cementerio Central abrió sus puertas con la inhumación de Angel Maria Cuervo y Urisarri (1831-1837). Según Ortega, en 1931 el cementerio protestante estaba ubicado “al oriente del cementerio católico, separado de la via pública por un amplio y hermoso huerto que cultiva un guardián”. La reja en hierro, circundante, y que aún permanece, fue construida con las antiguas bayonetas y fusiles de la Legión Británica, que fueron obsequiadas al camposanto, cuya antigua puerta de entrada exhibe la siguiente leyenda
HOC SEPULCHRETUM CIVIUM BRITANNORUM
PROPRIUM GULIELMUS TURNER PRIMUS LEGATUS
BRITANNUS QUI LITERAS REGIAS FIDEMQUE FACIENTES
IN HANC CIVITATEM PERDUXIT DICAVIT ANNO SALUTIS MDCCXXXIV.1834
Este cementerio no sólo reconoció a los nuevos actores politicos, sino a una nueva doctrina religiosa: el protestantismo. La presencia de éste en Sudamérica no fue exclusiva de la etapa revolucionaria, puesto que sus primeras huellas se rastrean en el siglo XVI cuando el rey de España, Carlos V, otorgó una concesión en Venezuela a favor de los banqueros luteranos Welser de la casa alemana de Augsburgo.
En Colombia la llegada del protestantismo estuvo ligada a la influencia de las ideas liberales impulsadas por la revolución francesa (1789) la independencia de los Estados Unidos (1776) y la revolución industrial inglesa (1850). España perdía lentamente el control de sus colonias y la Iglesia, entendida como a perpetuación del status quo, se veía debilitada permitiendo que el protestantismo y el liberalismo quedaran vinculados en la búsqueda de la modernidad democrática y pluralista”. Esta situación instó a que los gobiernos radicales que consideraban que una real sociedad liberal era posible sólo mediante una reorganización de la educación, permitieran el ingreso de as Sociedades Bíblicas británicas y estadounidenses, que manejaban el sistema lancasteriano de enseñanza y se hallaban ligadas al movimiento protestante.
A Colombia las Sociedades Biblicas legaron con el pastor bautista escocés James Thompson (1781-1854), quien desembarcó en Buenos Aires el 6 de octubre de 1818. Thompson llegó a Colombia on 1825 donde Santander y el clero liberal apoyaron sus ideas, al punto de permitirle funda la Sociedad filantrópica, que funcionó en el convento de Santo Domingo hasta su partida
Posteriormente, el ministro plenipotenciario James Fraser, trajo al coronel Henry Barrington Pratt, miembro de la Legión Británica, quien ofició el primer culto a un grupo de extranjeros protestantes en una casa de la calle de Florian. También fueron destacados en la labor de evangelización of reverendo Lucas Matthews y Tomas F. Wallace, este último recibió, en 1865 en el gobierno de Manuel Murillo Toro, el templo de Santo Domingo para que allí se hiciera el culto. No obstante, a mediados del siglo XIX, la práctica religiosa protestante fue llevada a cabo con dificultades, pues aunque a los extranjeros residentes on el país se les permitía el “ejercicio privado de culto”, todo oficio no católico estaba prohibido a los nacionales, y sólo hasta 1856 se autorizaron tales celebraciones de forma pública. (3)
Aunque el protestantismo arribó con un sentido inicialmente “moral y reformista”, su campo de acción trascendió al escenario terrenal. Para el historiador Malcom Deas, el rol militar, comercial y diplomático que los ingleses desempeñaron en la Independencia fue “el más importante entre las naciones extranjeras”. No es extraño, entonces, que en 1825 la Gran Bretaña fuera la primera potencia que mediante el Tratado de amistad, navegación y comercio, reconociera a la República como una nación libre, capaz de realizar cualquier tipo de negociaciones e intercambios, con autonomía y soberanía. Dicho tratado fue impulsado por Santander y firmado por los delegados Pedro Gual, secretario de Estado, y el general Pedro Briceño Méndez, ministro de relaciones exteriores, y por los escuderos de la Corona Juan Potter Hamilton y Patrick Campbell. Tenía como objeto oficializar un intercambio ya existente, regulando el comercio entre ambas “potencias” en igualdad de condiciones.
La naturaleza liberal de los allí firmantes, así como el hecho de que lamayoría de los súbditos de la Corona fueran de religión protestante, obligó a las nuevas naciones a anexar cláusulas o declaraciones oficiales para que pudieran difundirse libremente las Sociedades Bíblicas y se permitiera la libertad de conciencia y culto. En efecto, según Bastian, pese a a oposición del catolicismo para permitir nuevas doctrinas en América, su aceptación se debió más bien a presiones diplomáticas ejercidas durante la negociación de tratados comerciales, y ala imperiosa necesidad de afirmar una amplia política en cuestiones de migraciones”.
En Colombia esto se puede corroborar en el artículo 12 del Tratado con Inglaterra donde se lee: “Art 12 (…) Los ciudadanos de Colombia gozarán, en todos los dominios de Su Majestad Británica, una perfecta e ilimitada libertad de conciencia, y la de ejercitar su religión pública o privadamente; dentro de sus casas particulares o en las capilla o lugares de culto (…)
(…) Así mismo los súbditos de Su Majestad Británica residentes en los territorios de Colombia gozarán de la más perfecta y entera seguridad de conciencia, sin quedar por ello expuestos a ser molestados, inquietados ni perturbados en razón de su creencia religiosa, ni en los ejercicios propios de su religión, con tal que lo hagan en casas privadas y con el decoro debido a culto divino, respetando las leyes, usos y costumbres establecidas. También tendrán libertad de enterrar los súbditos que mueran en los dichos territorios de Colombia, en lugares convenientes y adecuados que ellos mismos designen y establezcan, con acuerdo de las autoridades locales. para aquello objeto, y los funerales y sepulcros de los muertos no serán trastornados de modo alguno, ni por ningún motivo. (…)”.
El valor histórico del Cementerio Británico radica en ser la irrefutable memoria de una cultura foránea que influyó de manera importante en el destino de la nación que recién se formaba. Así lo plasmó el ministro británico Spencer S. Dickson, en su correspondencia fechada el 12 de mayo de 1936: (…) Esta institución (el cementerio) tiene un significado muy profundo on las relaciones entre el imperio Británico y Colombia. Allí se recuerdan los esfuerzos heróicos y abnegados de los soldados de la Legión Británica durante nuestras luchas libertadoras y reposan los restos de ilustres compatriotas de vuestra Excelencia, cuyos nombres están unidos a muchas de las distinguidas familias bogotanas.”
Información tomada de la Guía de Cementerios, publicada por la Alcaldía de Bogotá, Instituto Distrital de Patrimonio Cultural.